sábado, 14 de marzo de 2009
En el bar (por la rubia)
Estaba cachonda, caliente y aquel imbecil me había dado plantón, probablemente estaba casado y no se había atrevido a decírmelo. Bueno él se lo perdía. Pero yo tenia ganas de un cuerpo firme y masculino sobre mí. Manteniéndome apretada contra el colchón mientras se introducía con lentitud dentro de mí. Desde luego que tenía ganas de que alguien me follara o quizá de fallármelo yo. Mi mente y mi pensamiento volvían sobre ello una y otra vez haciendo que mis jugos mojaran las bragas que llevaba y me había quedado sin plan. Me sentía húmeda. El bar se iba vaciando y ninguno de los clientes parecía prestarme atención o ser digno de que yo se la prestara él. Pero el camarero sí. Es muy joven, me dije, y qué mas da, me dije después. Es muy guapo, y los músculos aunque no excesivos se marcaban por la fina tela blanca de su camisa. Hacía mucho calor allí dentro aunque fuera parecía a punto de nevar. Me fui al baño y me saqué las bragas para guardarlas en el bolso no sin antes haberlas olido. El perfume a sexo inundó mis fosas nasales. Iba a excitarlo a volverle loco y a comérmelo allí mismo. Lo deseaba de una forma animal e instintiva. Me abrí el escote un poco mas y me subí los pechos hasta dejar el borde de la areola justo sobre la línea del encaje de las copas del sujetador. Cuando volvió a mi mesa le pedí otra consumición dejándole que observara a placer la curva de mis senos comprimidos y el profundo canal entre ellos. Cuando se marchó la última parejita que había estado haciéndose arrumacos cerca de mí y poniéndome aun más nerviosa abrí las piernas al máximo para que pudiera ver lo que le esperaba. Había esta guiñándole el ojo durante un buen rato, si no eran suficientes pistas solo me faltaba ponerme a dar botes desnuda sobre el mostrador, lo que era exactamente mi intención. Bueno todo llegaría. Pero el chico no era tonto, cuando de la forma mas insinuante que pude le pregunté lo que le debía me contestó que un beso, y por fin pude sentir su carne. El beso que empezó siendo suave terminó largo, jugoso, con un montón de lengua y saliva por ambas partes, mi mano en su nuca le impedía retirarse ni para respirar. Aproveché para catar la firmeza de su culo, de sus nalgas fuertes y musculosas. Solo le dejé marchar para que pudiera echar la cortina metálica a la entrada y nadie pudiera molestarnos. Y cuando volvió, de inmediato volví a cogerle para deshacerme de su camisa que tanto me molestaba. Mas de un botón rodó por el suelo. Lo besé en el cuello mordiéndolo como una vampira. Bajé por su pecho dejando adrede mi carmín en su piel como un efímero recuerdo del rato de pasión. Le comí los pezones pequeños y duros, oscuros sin vello. Lamí su vientre hasta que metí la lengua en el ombligo. Pensé que se había quedado manco pero sentía sus manos fuertes en mis nalgas desnudas aprovechando que había recogido mi corta falda, amasándolas, sujetándolas, aprentándolas o acariciándolas más suave, deslizando un dedo incluso en el canal de las nalgas hasta introducirse en el ano. La falda ya recogida del todo en la cintura no era ningún impedimento para sus caricias cada vez más atrevidas. Subió las manos por mis costados para levantarme y llevándolas a mi vientre soltó los pocos botones que le quedaban abrochados a la blusa, para bajarla de los hombros y sacármela por los brazos. Ni me acordaba de la pulsera donde se quedó enganchada un segundo. Consiguió liberar mis pechos usando una sola mano para soltarme el sujetador. Una hábil maniobra que me gustaría saber con quien había aprendido, quizá me gustaría jugar con ella también. Estirando mis brazos dejé que me lo bajara hasta las manos y los aros de la prenda rozaron su vientre. De ahí cayó al suelo donde quedó olvidada. Bambolee un poco los pechos en su honor manteniéndolo cercado en la barra. Él de inmediato se inclinó para besarlos, su lengua juguetona me los excitaba con sabiduría acariciando suave las areolas, mordisqueando suavemente o sorbiendo los pezones entre sus labios. Besaba todo el volumen del pecho, con sus dulces labios, excitándome aún más. Teniéndolo inclinado sobre mis tetas solo alcancé a bajarle los pantalones estirando al máximo los brazos. Entonces muy a mi pesar se separó lo justo como para sacarse las playeras y los pantalones tan deprisa que apenas pudo mantener el equilibrio. Se dejó un ajustado slip de licra que me permitía adivinar el contorno de su perfecta polla. Inmediatamente me cogió del culo y levantándome con una fuerza que yo no sospechaba me depositó sobre el mostrador donde se puso a lamer mi coñito. Que maestría en su forma de manejar la lengua, sin usar los dedos que no dejaban de acariciarme los muslos o los pechos y el vientre, la vulva se abrió sola a sus caricias, los labios ofreciendo ellos solos y actuando casi como una parte separada de mí, sin control consciente entregando el tesoro de mi clítoris hinchado a la legua juguetona. Abrí los muslos a todo lo que daban de sí las caderas para permitirle cada vez más fácil acceso a mi tesoro. Ni se las veces que me corrí mientras él se esforzaba por recorrerme hasta el perineo buscando mi culito con su lengua. Decidida a darle acceso a todas las partes de mi cuerpo, giré sobre el granito del mostrador quedando a cuatro patas y dejando a su alcance toda mi grupa. De forma inmediata abrió mis poderosas nalgas con las manos para alcanzar con la lengua el agujerito de mi culo. Allí de una forma deliciosa se entretuvo durante mucho rato recorriéndolo completo del coñito al ano. Mordisqueando las nalgas o lamiéndolas y besándolas con toda la ternura de que era capaz. Estaba en un orgasmo casi continuo, quería averiguar donde había aprendido a complacer de esa forma a una mujer siendo tan joven, y sentía cierta envidia de la mala pécora que le había enseñado todos esos trucos. Era imposible que yo le pudiera coger el rabo y devolverle el placer que me estaba dando y ya había tenido no sé cuantos orgasmos. Suspirando, por fin pude decirle: bájame de aquí, quiero sentir tu rabo en mi interior, quiero devolver todo el placer que me estas dando. Cogida de su mano me dejé conducir al fondo de un pequeño almacén. Allí sobre una estrecha litera conseguí hacerme con su rabo e inclinada sobre él lo besé con adoración.
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