martes, 24 de agosto de 2021
Los del vestido y la travesti
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-Subimos a probarnos la ropa que nos hemos comprado.
Hacía cinco minutos que había oído el motor del mini entrando en el garaje. Los dos entraron como una tromba saliendo del sótano.
Así empezó una tarde muy interesante. Mi hija y su amigo se habían pasado la tarde en un centro comercial. Venían cargados como mulas con un montón de bolsas de ropa. Subieron las escaleras al primer piso y a su habitación.
Yo estaba tirado en el sofá solo con un corto pantalón de deporte. Estaba comprobando unas aburridas cifras para el trabajo en la tablet. Con el calor que hacía sobraba toda la ropa. No pude fijarme mucho en el muchacho en el poco tiempo que tardaron en pasar de la puerta a la escalera. Pero me pareció delgado, guapo y con una bonita melena castaña.
-¡que bueno está tu padre!
Me pareció oír mientras subían. Pero no hice mucho caso.
Conociendo a Marta lo de la ropa no sería más que una excusa para follárselo. Y en ese momento yo dudaba de si las pocas palabras que me habían dirigido no serían una invitación para contemplar el espectáculo. Como no sabía cómo reaccionaría el chico, me quedé donde estaba al menos hasta tener más datos. Resulta que era eso lo que querían.
Todos sabemos lo que tardan las chicas en arreglarse. Al cabo de hora y media lo que bajó por la escalera fueron dos preciosas jovencitas. Me llevé una enorme sorpresa, tenía claro que lo que había entrado por la puerta del garaje era un chico. Pero allí estaba ella junto a mi hija.
-Papi te presento a Sheila.
A los hechos consumados no podía poner objeciones, así que mantuve un respetuoso silencio. Hasta que me dieran más datos.
La melena castaña, que antes estaba sujeta en una cola de caballo, estaba peinada y cepillada con un estilo mas femenino. La carita dulce perfectamente maquillada, un top de mi hija que yo conocía descubría sus hombros y le dejaba un bonito escote barco. Una ajustada minifalda de cuero nueva marcaba su culito respingón.
Unas medias de las que se podía ver el encaje por debajo de lo que a mí seguía pareciéndome un cinturón ancho, adornaban sus largos y torneados muslos. Para terminar unos enormes tacones estilizaban sus piernas. Si me la hubiera cruzado por la calle solo me hubiera dado cuenta de lo que había debajo de esa escasa ropa si me hubiera fijado mucho.
Mi hija, maquillada con esmero y con su roja melena enmarcando su preciosa carita, llevaba un vestido nuevo rojo de raso como el que había pertenecido a su madre. Y que era una de las cosas que había empezado este lío. Este era completamente nuevo y enseñaba más de su bella anatomía. La tela se pegaba a su maravilloso cuerpo como si no llevara nada. Y efectivamente se apreciaba que no llevaba otra cosa debajo de la prenda. La espalda desnuda al completo. Tenía una raja en la falda hasta casi el pubis luciendo su muslo. Sus sandalias de tacón desnudaban sus pequeños pies de uñas primorosamente pintadas.
- ¡Vaya par de bellezas!
Estaba claro que esas dos habían bajado buscando guerra. Mi mandíbula había caído hasta tocar mi pecho. Ante tan bello espectáculo estuve a punto de babear. Apenas pude balbucear.
-¿pensáis salir?
- pues claro, no nos hemos arreglado tanto para quedarnos en casa. Pero desde luego necesitamos un caballero que nos escolte.
-Y que os haga de chófer, pague la cena y las copas claro.
Dije sonriendo.
- Por supuesto, pero seguro que obtendrá su recompensa por ello.
- Tendremos que llevarnos el mini, en la Harley no podemos ir los tres.
- No es problema, tu conduces.
Tiró su llavero en mi regazo.
- Al menos me dejareis vestirme. ¿no?. No puedo salir en pelotas.
- Por supuesto y ponte elegante que nos llevas a cenar.
No pude más que rendirme a la evidencia. Así que levanté el culo del sofá y me fui a poner un traje. No podía desmerecer a ese par de pibones. Bajé recién duchado, afeitado y bien vestido en veinte minutos mientras ellas cuchicheaban sentadas en el mueble del que yo acababa de levantarme.
Primero fuimos a tomar unos aperitivos por la zona de vinos de la ciudad. Me daba cuenta de que nadie que nos miraba y era mucha gente, se daba cuenta del secretillo de Sheila. Era lógico que nos miraran, bueno a ellas, además de ser guapas estaban espectaculares con esos modelitos.
Las dos se cogían de mis brazos y se apoyaban en mí con toda confianza. De Marta era normal con nuestra especial relación, pero su amiga a la que no conocía hasta ese día, pronto perdió la vergüenza y se me arrimaba como si nos conociéramos de siempre.
Sospecho que mí hija le habría contado que éramos mucho más que padre e hija, vista la confianza que se tenían. Así que cuando nos vio besándonos no pareció extrañarse. Marta se me colgó del cuello y mimosa empezó a darme piquitos que pronto empezaron a ser morreos en toda regla. Al rato ya tenía su lengua explorando mi boca en busca de la campanilla.
- Para un poco, cielo, que le vas a dar envidia a tu amiga.
- Es verdad pobre Sheila tenemos que darle un poco de cariño a ella también.
- Yo estoy bien, por mí podéis seguir. No quiero cortaros el rollo.
- Ya lo sé. Le dijo Marta. Pero no te he traído de carabina, quiero que también disfrutes.
Y uniendo los hechos a las palabras la cogió de la cintura y le dio uno de los besos más tiernos y lascivos a la vez que yo hubiera visto nunca. Empezó mordisqueando los labios con los suyos, deslizando la lengua por allí. Poco a poco abriendo la boca de Sheila que la recibió con gusto y dejando a su vez que su lengua saliera al encuentro de la de Marta. Si con eso no se le había puesto dura no iba a pasar nunca. A mí se me estaba poniendo como una piedra solo de verlas.
Todo ello en medio de un bar de tapas bastante concurrido. Me parece que si el camarero no nos echó por escándalo público fue por que le gustaba lo que estaba viendo. Una pareja de cincuentones que estaba a nuestro lado se las quedó mirando con una mezcla de excitación y estupor en sus rostros. Puede que las viera alguien más, pero yo no estaba como para apartar los ojos de tan dulce espectáculo.
- Vamos chicas que estáis despertando pasiones.
De allí nos fuimos a un coqueto restaurante que ya conocía. Discreto e ideal para llevarse a ligues y amantes, justo el sitio que necesitaba. Tras una generosa propina al camero nos acomodó en una mesa en un rincón oscuro. Prácticamente solo una vela nos iluminaba. Nuestras rodillas se tocaban bajo el mantel y mi americana descansaba en el respaldo de mi silla. Mi camisa era muy fina y creo que Sheila echaba algunos vistazos a mi torso. No es por presumir pero bastante trabajado en el gimnasio.
Juguetona, Marta deslizaba su manita por mi muslo para calentarme y de vez en cuando me besaba. Su amiga reclamaba mi cariño también y no me costaba nada besar esos labios finos y sensuales perfectamente perfilados de carmín rojo. Abría la boca buscando mi lengua que jugaba con la suya. Mientras dejaba descansar mi mano sobre la media que cubría su muslo, acariciándolo con suavidad. Tenía ganas de deslizarla bajo la falda pero me parecía pronto para esas atenciones. Y si se le ponía dura puede que se le notara.
Marta en cambio no se cortaba conmigo y de vez en cuando me acariciaba el paquete sin que le importara que se me pusiera dura. Además de comerme la boca como si quisiera sacarme de ella lo que estábamos cenando.
Por supuesto le devolvía el favor y buscaba la raja de la falda para poder acariciar su vulva depilada. A veces me encontraba con la mano de Sheila sobre el desnudo muslo de mi hija. Como no se había puesto tanga no me resultó nada difícil llegar a su coñito.
- Papi gracias por ser tan comprensivo con mi amiga.
- Está siendo todo un placer, cariño.
- No sabía que fueras tan amplio de gustos. No estaba segura de que esto saliera bien.
- Creo que ya te he demostrado lo morboso que soy y me encanta que tu lo seas también. Hacía mucho que no disfrutaba de los favores de una joven tan especial como tu amiga. Pero no es mi primera vez.
Se quedó pensativa, estaba seguro que tramando una nueva travesura que resultaría tan placentera como las que habíamos tenido. Toda humedecida por la excitación, y agradecida de que estuviera cuidando tan bien de su amiga se llevó mis dedos mojados en sus jugos a la boca para lamerlos lasciva.
Sheila no se había perdido ni una palabra de la conversación. Su sonrisa se hacía más amplia al comprender que no sólo era comprensivo con su situación sino que además me gustaba. Se inclinó hacia mí.
- Los siguientes quiero probarlos yo.
Así que volví a mojar los dos en esa salsa tan rica de entre los muslos de mi hija y se los dí a probar a su amiga que los lamió aún con más ansia si cabe. A partir de ese momento ya no me corté en absoluto. Tenía curiosidad por saber lo que la faldita de cuero escondía. Deslicé la mano muslo arriba, primero por la media, luego acariciando piel y por fin llegando al tanga. Aquello ya presentaba una hinchazón considerable y la hice separar los muslos para sacar de allí su polla y que no le hiciera daño.
Pude apreciar el depilado, su piel suave, acaricié sus huevos. Agarré la polla que no era precisamente pequeña para acariciarla con suavidad, despacio para que el camarero no se diera cuenta. A ella se le escapó un gemido que Marta acalló con un beso largo, profundo y con mucha lengua.
Se que los tres estábamos deseando volver a casa para disfrutar de nuestros cuerpos sin más interrupciones ni incómodos espectadores. Pero como ellas me habían tendido esa pequeña trampa yo quise hacérselo desear un rato más.
Seguí acariciando la polla de Sheila. Bien dura, bajo el mantel no podía verla pero me gustaba lo que estaba tocando. sobre la mía a veces notaba las manos de las dos. Una en los huevos y otra acariciando el tronco. Mirando que no tardaría en correrme Marta cogió la tarrina de su helado y poniéndola bajó el mantel recogió sobre ella mi lefa.
Una de sus travesuras. Con la cucharilla recogió una buena porción y se lo ofreció a su amiga. Esta con una perversa sonrisa mirándome a los ojos lo metió en su boca y lo saboreó. La siguiente fue a mi boca y Sheila me besó de inmediato para compartir el postre. Marta también lo probó y se besaron ante mis ojos. Entre sus lenguas juguetonas pasaba el helado.
Mi hija también recogió la lefa de su amiga en mi postre. Mientras yo le exprimía el rabo. Al primero que se lo dio a probar era a mí. Pero las dos se encargaron de sacármelo de la boca con sus lenguas.
Tras los postres regados con semen de nuestras dos pollas y que disfrutamos los tres volvimos al mini.
Las llevé a una discoteca con un ambiente bastante liberal. Quería que me vieran bailar con esa dos bellezas. Y algo más, quería lucir a Sheila ante gente que comprendiera lo especial que era. Y que la hiciera estar confiada y segura en la personalidad que ella eligiera.
Entre mis brazos moviéndose por la pista de baile con ritmo y agilidad, con una bonita sonrisa en sus labios. No había podido hablar con Marta sobre lo que de verdad podía sentir Sheila. Si solo estaba jugando o de verdad de sentía mujer. Pero en ese momento me parecía que se encontraba muy a gusto con su personalidad femenina.
Había parejas y grupos de homosexuales tanto de chicos como de chicas divirtiéndose, bebiendo y bailando como nosotros. Además de algunas travestis y transexuales más avanzadas en sus cambios que la joven que bailaba conmigo o con mi hija según la canción que sonara en ese momento.
Una de ellas ataviada con unas botas mosqueteras por encima de sus rodillas, los muslos bien torneados hasta un cortísimo short vaquero y un top que apenas cubría un gran par de tetas operadas se acercó a nosotros. Aunque Sheila algo cortada todavía se colgaba de mi brazo o del de Marta sí que estuvo cambiando impresiones durante un rato con la guapa transexual. Incluso recibiendo algún consejo y oyendo sus experiencias. Claro que teniendo a mi hija consejos de belleza no serían.
Desde luego como todo el mundo por allí ninguno de los tres nos privábamos de acariciarnos o besarnos según nos apeteciera. Ambas se frotaban conmigo bailando manteniendo mi nivel de excitación pero sin permitir que me corriera.
Sheila incluso tuvo que ir al baño un par de veces acompañada de Marta para volver a acomodarse la polla dentro del tanga. Cuando ambas regresaban yo podía detectar en los besos de mi hija un cierto regusto a rabo en su lengua. La última vez que fueron ya me pusieron la delicada prenda en la mano y lamiendo mi oreja una por cada lado me pidieron:
- Guárdala tú.
Y la metí en mi bolsillo, al lado de la cartera, bastante más vacía que cuando habíamos salido de casa.
Un par de copas más tarde decidimos que era hora de continuar nuestra fiesta en privado. Marta, se había cuidado y en varias rondas solo había pedido refrescos y decidió que ella conducía. Nos mandó a los dos al asiento de atrás. Las lunas tintadas nos permitían cierta intimidad. Como si tuviera hambre atrasada Sheila empezó a abrir mis pantalones. Le costó sacar mi polla del slip, así que lo bajó todo hasta medio muslo.
De inmediato mi rabo apuntó al techo del coche. Ella se inclinó sobre mi cadera y empezó a besar mis huevos. Era la técnica de Marta. La saliva abundante envolvía mí aparato y pronto sus labios rodearon mi glande. Solo la flexibilidad de un cuerpo joven le permitía hacer eso en el reducido espacio. Mi mano se deslizó por su torneada espalda sobre la ropa. Acariciando hasta llegar bajo el cinturón de cuero que ellas llamaban falda hasta agarrar una de las prietas nalgas.
Cuando deslicé un dedo por el ano ella tuvo que soltar un momento mi polla para dejar escapar un grito de placer de sus labios. A través del retrovisor podía ver la sonrisa lasciva de mi hija que nos animaba. Un poco más allá estaban los huevos y la polla durísima de Sheila y me dediqué a acariciarlo todo.
El portón del jardín se abrió tan suave con siempre para dejar pasar al pequeño utilitario y su carga de viciosos y lujuriosos.
Nos íbamos librando de la ropa según cruzábamos el salón y subíamos por la escalera hacia el dormitorio que compartía con mi hija. Le pedí a Sheila que se dejara las medidas. Su delgado cuerpo estaba sensacional con ellas. Marta solo conservaba sus tacones pero se los quitó antes de subir al lecho. Y a mí me costó llegar al sofá con el slip y los pantalones del traje por las rodillas. Allí me desnudaron del todo entre las dos.
Ya en la cama Marta separó los muslos de Sheila y levantó sus piernas hasta el pecho. Con gula pues aquello no tenía otro nombre, empezó a comerle el culo y lamer el ano. Se notaba que no era la primera vez que lo hacía.
- Te la estoy preparando, papi. Es virgen y desea que tu seas su primer chico.
- Que honor. ¿Estas segura? cielo. Es una gran decisión.
- Estoy viendo el amor y el cariño que le tienes a tu hija y si. Quiero que tu seas mi primer amante y te lleves mi virginidad.
- No se hable más. Entonces.
Marta me dejó el sitio y fue dejando caer despacio el cuerpo de su amiga sobre mis muslos. Con mi polla apuntando directamente hacia su estrecho ano. Antes de que alcanzara su objeto Marta nos puso una buena ración de lubricante que siempre teníamos a mano en mi pene y en su culito. Mi hija siempre atenta a nuestras necesidades.
Por fin pude empezar a abrir el estrecho orificio. Al principio no fue fácil, estaba muy cerrado y ella tensa y nerviosa. Pero en cuanto pasó el glande parece que se relajó y poco más tarde ya la tenía ensartada hasta la empuñadura. Yo podía incluso, girando la cabeza, lamer sus pies y chupar sus deditos aún enfundados en las medias. Marta la besaba y lamía las pocas lágrimas de dolor que se le escaparon. Cuando terminó de relajarse empecé a follarla despacio pero firme. Y pronto sus jadeos nos indicaron que lo estaba disfrutando.
- Lléname con tu leche. Córrete dentro.
Marta y yo acariciábamos su polla manteniéndola dura. Las otras manos pellizcaban los pezones durísimos del pecho plano. No dejábamos de acariciar su piel. Su primera experiencia con un hombre tenía que ser maravillosa. Tenía que disfrutarla. Así que seguí sin parar hasta que me corrí en su culito. Ella lo hizo en la boca de mi hija que mantuvo el semen sobre su lengua para besarme a continuación.
Compartimos la lefa para después caer sobre la cama con Sheila en medio. Sin dejar de acariciarnos, nuestras manos seguirán recorriendo la piel de los otros sin descanso.
- Bueno, ¿Qué te ha parecido?
- Sois maravillosos y aunque Marta y yo ya habíamos disfrutado juntas, tener un hombre por fin ha sido genial.
- Me alegro de que me hayas disfrutado. Pero ha sido toda una encerrona.
- ¿Me hubieras follado así si no te hubiéramos acorralado?
- Probablemente sí. Pero claro no lo sabíais.
Así relajados seguimos conversando y aclarando algunos puntos. Cuando nuestros rabos volvieron a ponerse tiesos Marta tenía el morbo de verme a mí enculado. No sería mi primera vez y lo disfrutaba, así que por qué no darle el capricho. Mientras ella y yo hacíamos un sesenta y nueve, en primer plano ella tenía la polla de Sheila follando mi culo.
En eso sí tenía algo de experiencia y creo que eran las bonitas nalgas de mi hija con las que había practicado. Yo estaba gozando mientras Marta me comía la polla y Sheila me follaba. Apenas podía gemir o suspirar pues mi lengua estaba ocupada en la depilada vulva de la viciosa de Marta.
Desde luego se quedó a dormir con nosotros y por la mañana volvimos a repetir. Sheila se ha terminado echando novio pero hasta entonces de vez en cuando nos visitaba y tras llevarlas a cenar y de copas volvíamos a follar los tres juntos.
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