domingo, 16 de enero de 2022
Internado, los chicos
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Un montón de gamberradas me habían llevado a un internado. La edad de diez y seis años, me hacía demasiado mayor para que mis padres quisieran aguantarme en casa después de todas mis cagadas. Como les sobraba el dinero decidieron llevarme interno a un instituto caro. Pensaron que esa sería la solución.
El resultado fue un pabellón nuevo de un colegio pijo en lo más profundo de un bosque, aislado de todo. Donde los jóvenes "rebeldes" recibíamos educación. O eso decía la publicidad y el delegado joven y guapo vestido con traje caro que fue a ver a mi madre.
Según recorría los enormes pasillos de altos techos camino de mi habitación con mis pocas pertenencias al hombro en una pequeña mochila sentía al final de mi espalda las miradas del resto de los alumnos. Intentaba hacerme el duro, pero no parecía salirme muy bien. En ese momento me parecía que todo el mundo allí quería follarme.
Mi compañero de habitación era muy jóven, como todos los internos, como yo mismo. El bedel que me acompañaba me habia dicho que no se trataba de un tipo peligroso. Más bien un buen chico con algunos errores en su currículum, como yo. Pero ya llevaba algún tiempo en el internado.
Por entonces yo era un adolescente lleno de hormonas, pero virgen. No creo que fuera una excepción por allí. Yo pensaba que el sexo sería para él, igual que para mi, una necesidad básica a cubrir. Y cuanto antes mejor, perder la virginidad en brazos de casi cualquiera. Que ambos tendríamos ganas de estrenaremos.
Era muy guapo, alto y delgado, en realidad. Yo que siempre había sentido una atracción especial por las chicas, no sabía como reaccionar a la idea de tener un pene en el ano, su polla en mi culo, o puede que la mía en el suyo.
Aeste paso no sé qué iba a estudiar allí. Mi imaginación volaba, seguro que todo se quedaría el en eso, en mi pensamiento. Cuando el portero nos dejó solos ninguno sabía cómo empezar, ni siquiera a conocernos.
Él, tumbado en la cama no tenía puesto encima mas que un mínimo pantalón de deporte que descubria su fibrado y moreno cuerpo. Mi primera impresión es que no había mucha vergüenza por allí. Si íbamos a compartir cuarto seguro que nos veríamos sin ropa muchas veces.
Aquel septiembre apretaba el calor, una gota de sudor recorria su frente y otra su pecho. No podía más que fijarme en su suave y perfecta piel. La verdad es que lo estaba mirando con cierto descaro y sus ojos recorrían mi cuerpo de igual forma.
Tras las presentaciones el bedel nos dejó solos, indicando que si tenía alguna duda podía preguntarle a mi nuevo compañero. No se esforzó mucho, aunque me fijé en que también miraba el cuerpo apenas cubierto del chico con cierta lascivia.
¿En qué tipo de putiferio me habían metido mis padres? me preguntaba a mí mismo. Todavía no estaba seguro en sí lo pasaría mal o podría disfrutar de todo lo que me ofrecería esa institución.
Si que hacía calor en aquella habitación con dos camas, dos armarios y dos escritorios. A todo eso se reducía el mobiliario. Tiré la mochila en la cama que no estaba ocupada.
Me senté en el colchón y empecé a hablar con mi nuevo compañero. En ese momento no importaban mucho ni los nombres, ni nuestra historia, ni nada que pudiéramos decir, solo la corriente de lujuria que iba de una cama a otra a caballo en nuestras miradas.
Yo me quité la camiseta. Al poco rato desaparecieron mis pantalones arrojados a un rincón. Seguiamos mirándonos de reojo mientras continuabamos charlando, conociendonos en una aproximación verbal. Nos deseabamos, era simple y a la vez muy complicado.
Él me deseaba, su expresión de hambre, de lujuria, lo decía todo. Pero no se lo iba a poner tan fácil. La última barrera, mi bóxer ajustado de lycra lo dejé para que me lo quitara él.
Todavía sin atrevernos a más pero queriendolo. A la media hora ya conociamos la vida del otro. Los errores de poca monta que nos habian llevado allí. La intransigencia de nuestros padres a los que les resultaba más cómodo librarse de nosotros que tomarse el esfuerzo de educarnos ellos mismos.
Solo con mi bóxer esperaba su próximo movimiento. La tensión se podía cortar con, bueno cualquier cosa, no haría falta nada afilado.
Él por fin se decidió a atacar, se levantó y se aproximó a mí, muy cerca. Apoyó la cabeza en mi hombro desnudo donde depositó un beso. Dejó una mano en mi cintura que despacito fue bajando hasta que un dedo se introdujo dentro del elástico del calzoncillo.
No podía moverme ni lo quería. Así que le dejé hacer. Rozando mi piel con una suavidad eterna.
Muy despacio fue deslizando ese dedo hasta alcanzar el glande de mi ya erecto falo que ansioso esperaba la caricia y reaccionó con un pequeño salto. Estaba claro que de aquella noche y de aquella habitación no iba a salir mi anal virginidad.
Naturalmente me encantaba la idea de sodomizar a las chicas con las que me hubiera gustado follar. Como para todos los tíos, para mí, el sexo anal era algo muy deseable. Así que desde luego pretendía disfrutar del culito de ese chico tan guapo.
No se iba a escapar sin que mi dardo penetrara su agujerito de placer. Mi mano se dirigió por fin hacia su pubis por las apariencias tan bien equipado como el culo más exigente pudiera desear. Bajé el pantalón de deporte hasta la base de sus nalgas. Dejé al descubierto la maravillosa polla. Él ya tenía la mía en su mano y la acariciaba con suavidad.
De perdidos al río. Ya que la cosa se ponía tan interesante tan rápido empecé a querer más. A desearlo todo.
No pude menos que arrodillarme ante él y retirando la piel que le cubria el glande me metí aquel rojo rubí entre los labios. Lo mordisqueé suavemente, intentando hacerlo solo con mis labios sin rodarlo con los dientes. Mi lengua pasó a acariciarlo y ensalivarlo.
Lo tragué, lo apretaba entre mis mandíbulas contra el paladar, hasta casi dañarlo o me lo sacaba de la boca para lamerlo con la lengua y besar el tronco. Llegando hasta los huevos que chupaba como caramelos.
Pensando que así era como deseaba que me lo hicieran a mí. Separó las piernas. Desilizaba un dedo entre sus muslos buscando la raja del culito duro y pefecto hasta insinuarlo en su ano apretado. Aguantaba la erección una barbaridad, en cualquier coño aquella polla haria maravillas.
Cuando me dí cuenta de que no iba a correrse tan pronto le pregunté si quería desvirgarme. Pues se limitaba a disfrutar gimiendo, casi sollozando, como resultado de mis caricias.
Me saqué el calzón y con su bien ensalivado y duro miembro se situó a mis espaldas. Cogió las nalgas con las manos para seprarlas, dejó caer saliva entre ellas. Situó la punta del capullo en mi agujerito extendiendo la baba suavemente.
Cuando comenzó a taladrarme el dolor puso lágrimas en mis ojos. Se pegaba a mí y me besaba los hombros dulce y tierno como se había mostrado hasta entonces. Giré la cabeza y besó mis labios y lamió con su lengua mis mejillas llevandose la sal de mis lágrimas. Intentó tranquilizarme con sus palabras.
Yo no quería mas que hiciera fuerza y entrara de una vez en mí, que me hiciera sentir de una vez toda su potencia de macho. Agarró mi polla con las manos deslizandolas por debajo de mi cadera acariciandome suavemente para mantener viva mi excitación. No hubiera hecho falta, se mantenía sola.
Cuando de pronto de un solo golpe de cadera la sentí entera dentro de mi, moviéndose casi como una presencia al margen de nosotros dos, lentamente.
Dándome tiempo para acostumbrarme seguía acariciandome el miembro, el pecho y el vientre y todos los lugares a los que llegaban sus manos inquisitivas. Besando mis hombros y mi cara. Cruzando su lengua con la mía cuando giraba la cara.
Poco a poco moviendose dentro de mí llegó al orgasmo inundandome de semen. Se quedó quieto dejando que la polla se quedra flacida sin sacarla y yo no podia moverme. Cuando se salió sola, sujetandome de las caderas comenzó a lamer mi espalda.
Siguiendo la columna o mordiendome muy suave en los omoplatos o las costillas. Bajando lentamente hacia mis nalgas que ansiosas sobresalian.
Hasta que llegó al culo casi pasó una eternidad en la que yo seguia muerto de placer. Allí volví a sentir sus fuertes manos en mis nalgas que casi se abrieron solas esperando una nueva caricia. Efectivamente su lengua se abrió paso por la raja lamiendo. Limpiando, cicatrizando la herida que él había abierto pero de la que pensábamos disfrutar muchas veces más.
Pronto la sentí en el ano haciendose con su propio esperma que rezumaba y lamiéndolo, haciendome un cosquilleo maravilloso que me mantenia excitado. separandose por fin se incorporó y lamiendome la oreja me dijo:
-házmelo tu a mi, te deseo.-
Y lo hice, esa noche y muchas más. Nos hicimos de todo el uno al otro. Nunca llegamos a hacer uso de la segunda cama de la habitación.
Fuimos amantes durante toda nuestra estancia en aquella habitación, durante dos cursos, protegiendonos, cuidándonos, amándonos y a veces hasta ligando con otros alumnos, profesores y personal, pero siempre juntos.
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