Nos presentó una amiga común. La había llamado por teléfono para quedar a tomar café y me preguntó si podía llevar a otra amiga. Desde luego por mí no había problema y quedamos en una cafetería agradable y tranquila del centro de la ciudad. Llegué antes que ellas y me senté en una mesa desde la que veía la puerta del local.
Al cabo de un rato, la puntualidad nunca ha sido una señal distintiva en mi amiga, las vi entrar. Inmediatamente me quedé prendado de la dulce belleza de Silvia, entraba detrás de mi amiga pero inmediatamente me olvidé de su presencia, centrándome solo en ella.
Su carita angelical enmarcada en la lisa melena negra, sus dulces ojos castaños, enormes, la fina nariz recta como si un arquitecto genial la hubiera dibujado para una faraonica estatua, los finos labios perfilados con tiralíneas, un blanco cuello digno de un cisne, aristocrático los níveos hombros asomando de un pañuelo de seda anudado al cuello y por detrás de la espalda con fino cordón con un estampado en rojo y negro de dragones orientales apenas podía contener los cónicos pechos, la espalda descubierta por entero no pude apreciarla en ese momento, yo no, pero el resto de lo tíos que había en la cafetería no perdieron detalle, seguro que se fijaron en el firme culito y las redondeadas nalgas. Sus orgullosos senos desafiantes que sin necesidad de sujeción desafiaban la gravedad con sus pezones marcados en la fina suavidad de la seda, el vientre plano desnudo hasta la baja cintura de unos vaqueros tan ajustados que la linea de sus perfectas caderas quedaba perfectamente delineada. Largos muslos ahusados, sus piernas interminables hasta las sandalias de alto tacón que desubrían prácticamente en sus totalidad los cuidados y perfectos pies con las uñas de los dedos lacadas en en mismo rojo sangre de los dragones del estampado de su top.
Cuando mi amiga llegó a la mesa sonriendo no pudo mas que decirme: cierra la boca que se te cae la baba, mientras me besaba en la mejilla. Atónito conseguí cerrar el buzón para pasar a una sonrisa boba mientras nos presentaban. Aún no he conseguido recordar la sarta de insensateces que se me tuvieron que escapar todavía anonadado ante su belleza.
Otro shock me produjo oír su voz profunda, sensual, con un indistinguible tono exótico. Indudablemente se me escaparon algunos detalles pero lo que veía no solo me gustaba sino que me dejaba absorto. Conseguí concentrarme lo suficiente como para enlazar con una conversación si no inteligente si por lo menos suficientemente coherente mientras mi pene a esas alturas completamente duro la deseaba de una forma completamente animal.
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