Por la calle levaban cada una la mano en la cadera de la otra. Todos en el barrio sabían que eran tortilleras y a ellas no les importaba gran cosa lo que la gente pensara de ellas. Pero en el piso de al lado se instaló una familia que desconocía las inclinaciones sexuales de sus vecinas. En dormitorio pared con pared instalaron a la hija, una deliciosa muchacha de diez y ocho años con un cuerpo de los que quitan el sueño.
En esas noches cálidas la chavala oía perfectamente los jadeos y gritos de placer de la pareja de lesbianas que hacía el amor al grosor de un ladrillo de su cabeza y no distinguía la voz de ningún varón con ellas. Eso la complacía extrañamente, nunca le había gustado salir con chicos, siempre lo mismo egoístas y atentos solo a su placer. Sus vecinas le gustaban, sus cuerpos bronceados que generosamente mostraban por las escotadas camisetas y minifaldas que habitualmente vestían le atraían misteriosamente cuando se cruzaba con ellas en el portal.
Alguien tenía que romper el hielo. Las tres se deseaban, a la pareja no le importaba convertirse en un trío con una criatura tan deliciosa como su bella vecinita. Espiaban sus movimientos a través de las ventanas del patio o su breve y sexi ropa interior tendida a secar por su madre. Ambas suspiraban y comentaban entre ellas los encantos de la dulce chica ya no tan adolescente.
Así que un día que coincidieron en el ascensor Paola la invitó a cenar a su casa. Dentro del piso Lola preparaba la cena cubierta tan solo con un delantal y sus braguitas minúsculas. Paola explicó a Linda que allí todas eran mujeres y que no debía haber timideces entre ellas y sin más se sacó los pantalones y el top que llevaba quedando tan solo con un mínimo tanga que apenas cubría nada de su espléndida anatomía. Pidieron a la invitada: -ponte cómoda por favor. Y la joven extrañamente complacida se quitó su falda (bien cortita por cierto) y su camiseta negra sin mangas, ante la golosa mirada de las dos lesbianas. Quedó con el sujetador y sus braguitas de encaje. Las dos espectadoras con la tentación de gritar: que siga que siga. Pero tiempo al tiempo.
Lo que no pudieron evitar fueron los elogios. -Eres guapísima- -Estas como un tren- la adolescente había avisado de su tardanza e incluso podría pasar la noche en la casa de las vecinas. Y a ninguna de ellas le importaría que eso llegase a pasar.
Las tres casi en pelotas, sudando en ropa interior y moviéndose por la estrecha cocina. Se producían abundantes roces entre ellas, roces que ninguna parecía tratar de evitar, la temperatura subía en la habitación. Hablaban de la próxima entrada en la universidad, de sus trabajos, de los chicos y el sexo. Linda confesó su poca atracción por los muchachos de su edad. Sus dos nuevas amigas recibieron esta información con una descarada sonrisa, pasaban a temas más personales, a hablar de ellas mismas.
El ambiente se iba caldeando y más cuando Paola pasándose sus manos por los grandísimos pechos y levantándolos un poco con las palmas dijo a la invitada: ¿No te parece que mis pechos son un poco demasiado grandes? Lola dirigiéndose también a la invitada y quitándose el delantal cuyo peto cubría las perfectas tetas cónicas: cada día he de convencerla de que sus senos son preciosos. La chica respondió: -ya me gustaría a mí tenerlas así de grandes, las mías son demasiado pequeñas. ¡Miradlas! Y uniendo la acción a la palabra se libró del sujetador que a estas alturas le quemaba sobre los pechos. Paola se acercó aún más a ella con la intención de comparar y tocar, desde luego a ella. - No, desde luego, así me gustaría tenerlos a mí. Y pasó las yemas de los dedos por los perfiles de uno de los senos de Linda y además son suavísimos.
La chica casi desnuda perdía a pasos agigantados la poca timidez con la que había entrado en la casa y lanzó su mano en busca de de una de las peras maduras de la lesbiana, sopesándola en su mano y retorció suavemente uno de sus pezones. Lola aprovechando que sus compañeras estaban ocupadas se quitó el slip y apareció una espesa mata de pelo negro que cubría su sexo. La chica captó el movimiento con el rabillo del ojo y desplazó la otra mano de la cintura y el seno generoso a las descubiertas nalgas de la otra mujer y tirando un poco de ella hasta juntarla a si se besaron. Se frotaban los senos mientras la otra se masturbaba ante el turbador espectáculo. Paola acabó de desnudar a la invitada mientras le sorbía el aliento, la lengua en un lascivo beso y sus tiernas manos recorrían los pezones y todo el contorno de los firmes pechitos.
Linda caliente, excitada terminó por abrazarla y juntar sus cuerpos desnudos que frotaban sus pieles sin descanso. Lola no quería perderse su parte de la diversión y de acercó a ellas con la intención de besar y acariciar. Situándose tras Linda besaba sus hombros y le clavaba los duros pechos en la espalda y frotaba su monte de Venus en las firmes nalgas de su invitada, mientras sus manos recorrían toda la piel desnuda que podían alcanzar. Situada entre las dos expertas lesbianas la chica se dejaba hacer sintiendo placeres que nunca había imaginado hasta ese momento. Pieles bellas desnudas frotándose con la suya, dulces caricias y besos tiernos. Paola comenzó a descender besando su cuello delicado, los hombros blancos y los dulces pechitos, le lamía el vientre deslizando sus labios por la suave epidermis y el ombligo e introducía por fin la lengua en coñito virgen de la chica haciéndola recostarse en el sofá de la sala.
Viendo que una de ellas quedaba desatendida reclamó las atenciones de la otra lesbiana que solícita acudió a besar la dulce boca y a acariciar las adolescentes tetitas. La bella con verdadera curiosidad deslizó sus manitas por las anatomías de sus nuevas amigas y tocó por primera vez un coño distinto al muy masturbado suyo.
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Buenísimo, me he quedado con ganas de más.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarr
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